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POTYLDA 110F
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8/2/2013 11:34 am

Last Read:
8/2/2013 11:48 am

LAS CLASES MAGISTRALES DE LITERATURA EN BERKELEY, DE JULIO CORTÁZAR. CARLOS ÁLVAREZ GARRIGA, EDITOR

Un nuevo libro reúne las lecciones de literatura que el autor de RAYUELA dictó en BERKELEY, en 1980.

En esta SEGUNDA ENTREGA les presento la continuación de su pensamiento y la intimidad de sus elecciones artísticas que, como ya les señalé, dada su extensión iré editando y publicando en varias entregas, como un adelanto exclusivo para todo aquel lector y admirador de este creativo e innovador escritor.

Besos camorreros de

CECILIA



SEGUNDA ENTREGA


Viví en BUENOS AIRES, --desde lejos, por supuesto--, el transcurso de la guerra civil, en la que el pueblo de ESPAÑA luchó y se defendió contra el avance del franquismo que, finalmente, habría de aplastarlo. Viví la segunda guerra mundial, entre el año 39 y el año 45, también en BUENOS AIRES. ¿Cómo vivimos mis amigos y yo esas guerras? En el primer caso, éramos profundos partidarios de la República española y profundamente antifranquistas; en el segundo, estábamos plenamente con los aliados y absolutamente en contra del nazismo. Pero, ¿en qué se traducían esas tomas de posición? En la lectura de los periódicos, en estar muy bien informados sobre lo que sucedía en los frentes de batalla; todo ello se convertía en charlas de café, en las que defendíamos nuestros puntos de vista contra eventuales antagonista y adversarios.

A ese pequeño grupo del que formaba parte pero que, a su vez, era parte de muchos otros grupos, nunca se nos ocurrió que la guerra de ESPAÑA nos concernía directamente como argentinos y como individuos; nunca se nos ocurrió que la segunda guerra mundial nos concernía también, aunque la ARGENTINA fuera un país neutral. Nunca nos dimos cuenta de que la misión de un escritor que, además, es un hombre tenía que ir mucho más allá que el mero comentario o la mera simpatía, por uno de los grupos combatientes. Esto, que supone una autocrítica muy cruel que soy capaz de hacerme a mí y a todos los de mi clase determinó, en gran medida, la primera producción literaria de esa época: vivíamos en un mundo en el que la aparición de una novela o un libro de cuentos significativo de un autor europeo o argentino tenía una importancia capital para nosotros; un mundo en el que había que dar todo lo que se tuviera, todos los recursos y todos los conocimientos, para tratar de alcanzar un nivel literario lo más alto posible. Era un planteo estético, una solución estética: la actividad literaria valía para nosotros por la literatura misma, por sus productos y, de ninguna manera, como uno de los muchos elementos que constituyen el contorno, como hubiera dicho ORTEGA Y GASSET: "(…) la circunstancia (…)", en que se mueve un ser humano, sea o no escritor.

De todas maneras, aún en ese momento en que mi participación y mi sentimiento histórico prácticamente no existían, algo me dijo muy tempranamente que la literatura --incluso la de tipo fantástico más imaginativa--, no estaba únicamente en las lecturas, en las bibliotecas y en las charlas de café. Desde muy joven sentí, en BUENOS AIRES, el contacto con las cosas, con las calles, con todo lo que hace de una ciudad una especie de escenario continuo, variante y maravilloso, para un escritor.

Si, por un lado, las obras que en ese momento publicaba alguien como JORGE LUIS BORGES significaban para mí y para mis amigos una especie de cielo de la literatura, de máxima posibilidad dentro de nuestra lengua, al mismo tiempo y desde muy temprano, me volcaba también hacia otros escritores de los cuales citaré solamente uno, un novelista que se llamó ROBERTO ARLT y que, desde luego, es mucho menos conocido que JORGE LUIS BORGES, porque murió muy joven y escribió una obra muy cerrada y de difícil traducción, en el entorno de BUENOS AIRES.

Al mismo tiempo que mi mundo estetizante me llevaba a la admiración por escritores como BORGES, supe abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle que circula en los cuentos y las novelas de ROBERTO ARLT. Es por eso que, cuando hablo de etapas en mi camino, no hay que entenderlas nunca de una manera excesivamente compartimentada: en esa época me estaba moviendo en un mundo estético y estetizante pero creo que ya tenía en las manos --o en la imaginación --, a aquellos elementos que venían de otros lados y que todavía necesitarían tiempo, para dar sus frutos. Eso lo sentí en mí mismo poco a poco, cuando empecé a vivir en EUROPA.
Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana. En EUROPA continué escribiendo cuentos de tipo estetizante y muy imaginativos, prácticamente todos de tema fantástico. Sin darme cuenta, empecé a tratar temas que se separaron de ese primer momento de mi trabajo.

En esos años escribí un cuento muy largo, quizá el más largo que he escrito: EL PERSEGUIDOR que, en sí mismo, no tiene nada de fantástico pero, en cambio, tiene algo que se convertía en importante para mí: una presencia humana, un personaje de carne y hueso, un músico de jazz que sufre, sueña y lucha por expresarse y sucumbe aplastado por una fatalidad que lo persiguió toda su vida. (Los que lo han leído saben que estoy hablando de Charlie Parker, que en el cuento se llama Johnny Carter.) Cuando terminé ese cuento y fui su primer lector advertí que, de alguna manera, había salido de una órbita y estaba tratando de entrar en otra. Ahora, el personaje se convertía en el centro de mi interés, mientras que en los cuentos que había escrito en BUENOS AIRES, los personajes estaban al servicio de lo fantástico, como figuras para que lo fantástico pudiera irrumpir; aunque pudiera tener simpatía o cariño por determinados personajes de esos cuentos, el mismo era muy relativo: lo que verdaderamente me importaba era el mecanismo del cuento, sus elementos finalmente estéticos, su combinación literaria con todo lo que puede tener de hermoso, de maravilloso y de positivo.

En la gran soledad en que vivía en PARÍS, fue como estar, de golpe, empezando a descubrir a mi prójimo, en la figura de Johnny Carter, ese músico negro perseguido por la desgracia, cuyos balbuceos, monólogos y tentativas inventaba a lo largo de dicho cuento.

Ese primer contacto con mi prójimo, --creo que tengo derecho a utilizar el término--, ese primer puente tendido directamente de un hombre a otro; de un hombre a un conjunto de personajes, me llevó, durante esos años, a interesarme cada vez más por los mecanismos sicológicos que se pueden dar, en los cuentos y en las novelas, para explorar y avanzar por ese territorio -- que es el más fascinante de la literatura, al fin y al cabo--, donde se combina la inteligencia con la sensibilidad de un ser humano, y determina su conducta, todos sus juegos en la vida, todas sus relaciones y sus interrelaciones; sus dramas de vida, de amor, de muerte y su destino; su historia, en una palabra.

Cada vez más deseoso de ahondar en ese campo de la sicología de los personajes que estaba imaginando, surgió en mí una serie de preguntas que se tradujeron en dos novelas, porque los cuentos no nunca o casi nunca problemáticos: para los problemas están las novelas, que los plantean y, muchas veces, intentan soluciones. La novela es ese gran combate que libra el escritor consigo mismo, porque hay en ella todo un mundo, todo un universo en el que se debaten juegos capitales del destino humano, y si uso el término destino humano es porque, en ese momento, me di cuenta de que yo no había nacido para escribir novelas sicológicas o cuentos psicológicos como los hay, y por cierto, tan buenos.

El solo hecho de manejar elementos en la vida de algunos personajes no me satisfacía lo suficiente. Ya en EL PERSEGUIDOR, con toda su torpeza y su ignorancia, Johnny Carter se plantea problemas que podríamos llamar últimos. Él no entiende la vida y tampoco entiende la muerte; no entiende por qué es un músico, quisiera saber por qué toca como toca, por qué le suceden las cosas que le suceden. Por ese camino, entré en eso que, con un poco de pedantería, he calificado de etapa metafísica, es decir, una autoindagación lenta, difícil y muy primaria --porque yo no soy un filósofo, ni estoy dotado para la filosofía--, sobre el hombre, no como simple ser viviente y actuante, sino como ser humano, como ser en el sentido filosófico, como destino, como camino, dentro de un itinerario misterioso.

Esta etapa que llamo metafísica, a falta de mejor nombre, se fue cumpliendo, sobre todo, a lo largo de dos novelas. La primera, LOS PREMIOS, es una especie de divertimento; la segunda quiso ser algo más que un divertimento y se llama RAYUELA. En la primera intenté presentar, controlar y dirigir a un grupo importante y variado de personajes. Tenía una preocupación técnica, porque un escritor de cuentos --como lectores de cuentos, Uds. lo saben bien--, maneja un grupo de personajes lo más reducido posible, por razones técnicas: no se puede escribir un cuento de ocho páginas, en donde entren siete personajes, ya que llegamos al final de las ocho páginas sin saber nada de ninguna de los siete y, obligadamente, hay una concentración de estos, como hay también una concentración de muchas otras cosas.

La novela, en cambio, es realmente el juego abierto, y en LOS PREMIOS me pregunté si dentro de un libro de las dimensiones habituales de una novela, sería capaz de presentar y tener un poco las riendas mentales y sentimentales, de un número de personajes que, al final, cuando los conté, resultaron ser dieciocho. ¡Ya es algo! Fue, si Uds. lo quieren, un ejercicio de estilo, una manera de demostrarme a mí mismo si podía o no pasar a la novela como género. Bueno, me aprobé; con una nota no muy alta, pero me aprobé en ese examen.

Pensé que la novela tenía los suficientes elementos como para darle atracción y sentido y allí, en muy pequeña escala todavía, ejercité esa nueva sed que se había posesionado de mí; esa sed de no quedarme solamente en la sicología exterior de la gente y de los personajes de los libros, sino ir a una indagación más profunda del hombre como ser humano, como ente, como destino. En LOS PREMIOS ello se esboza apenas en algunas reflexiones de uno o dos personajes.

A lo largo de unos cuantos años escribí RAYUELA y en esa novela puse directamente todo lo que en ese momento podía poner, en ese campo de búsqueda e interrogación. El personaje central es un hombre como cualquiera de nosotros, realmente un hombre muy común, no mediocre, pero sin nada que lo destaque especialmente; sin embargo, ese hombre tiene -- como ya había tenido Johnny Carter en EL PERSEGUIDOR--, una especie de angustia permanente, que lo obliga a interrogarse sobre algo más que su vida cotidiana y sus problemas cotidianos. Horacio Oliveira, el personaje de RAYUELA, es un hombre que está asistiendo a la historia que lo rodea, a los fenómenos cotidianos de luchas políticas, guerras, injusticias y opresiones, que quisiera llegar a conocer lo que llama a veces la clave central, el centro que ya no sólo es histórico, sino también filosófico y metafísico, y que ha llevado al ser humano por el camino de la historia que está atravesando, del cual nosotros somos el último y presente eslabón.

Horacio Oliveira no tiene ninguna cultura filosófica --como su padre--, y simplemente se hace las preguntas que nacen de lo más hondo de la angustia. Se pregunta muchas veces ¿cómo es posible que el hombre como género, como especie, como conjunto de civilizaciones, haya llegado a los tiempos actuales siguiendo un camino que no le garantiza, en absoluto, el alcance definitivo de la paz, la justicia y la felicidad; por un camino lleno de azares, injusticias y catástrofes, en el que el hombre es el lobo del hombre, donde unos hombres atacan y destrozan a otros y en el que justicia e injusticia se manejan, muchas veces, como cartas de póquer?

Horacio Oliveira es el hombre preocupado por elementos ontológicos, que tocan al ser profundo del hombre: ¿por qué ese ser preparado teóricamente para crear sociedades positivas por su inteligencia, su capacidad, por todo lo que tiene de positivo, no lo consigue, finalmente, o lo consigue a medias, o avanza y luego retrocede? (Hay un momento en que la civilización progresa y luego cae bruscamente, y basta con hojear el Libro de la Historia, para asistir a la decadencia y a la ruina de civilizaciones que fueron maravillosas, en la Antigüedad.)

Horacio Oliveira no se conforma con estar metido en un mundo que le ha sido dado prefabricado y condicionado; pone en tela de juicio cualquier cosa, no acepta las respuestas habitualmente dadas, las respuestas de la sociedad X o de la sociedad Z, la de la ideología A, o la de la ideología B.

Esa etapa histórica suponía romper el individualismo y el egoísmo que existe siempre en las investigaciones del tipo que hace Oliveira, ya que él se preocupa de pensar cuál es su propio destino, en tanto destino del hombre, pero todo se concentra en su propia persona, en su felicidad y su infelicidad. Había un paso que franquear: el de ver al prójimo no sólo como el individuo o los individuos que uno conoce, sino también verlo como sociedades enteras, pueblos, civilizaciones y conjuntos humanos.

Debo decir que llegué a esa etapa por caminos curiosos, extraños y, a la vez, un poco predestinados. Había seguido de cerca, con mucho más interés que en mi juventud, todo lo que sucedía en el campo de la política internacional, en aquella época: estaba en FRANCIA cuando la guerra de liberación de ARGELIA y viví muy de cerca ese drama que era, al mismo tiempo y por causas opuestas, un drama para los argelinos y para los franceses. Luego, entre el año 59 y el 61, me interesó toda esa extraña gesta de un grupo de gente metida en las colinas de la ISLA de CUBA, que estaban luchando para echar abajo un régimen dictatorial. (No tenía aún nombres precisos: a esa gente se los llamaba los barbudos y BATISTA era un nombre de dictador, en un continente que ha tenido y tiene tantos.)

Poco a poco, ello tomó para mí un sentido especial. Testimonios que recibí y textos que leí me llevaron a interesarme profundamente por ese proceso, y cuando la Revolución cubana triunfó, a fines de 1959, sentí el deseo de ir. Pude ir --al principio no se podía--, menos de dos años después. Fui a CUBA, por primera vez, en 1961 como miembro del jurado de CASA DE LAS AMÉRICAS, la que se acababa de fundar. Fui a aportar la contribución del único tipo que podía dar, de tipo intelectual, y estuve allí dos meses viendo, viviendo, escuchando, aprobando y desaprobando, según las circunstancias. Cuando volví a FRANCIA, traía conmigo una experiencia que me había sido totalmente ajena: durante casi dos meses no estuve metido con grupos de amigos o con cenáculos literarios: estuve mezclándome cotidianamente con un pueblo que, en ese momento, se debatía frente a las peores dificultades, al que le faltaba todo, que se veía preso en un bloqueo despiadado y, sin embargo, luchaba por llevar adelante esa autodefinición que se había dado a sí mismo, por la vía de la Revolución.

Cuando volví a PARÍS, todo eso marcó un lento pero seguro camino. Habían sido invitaciones de pasaporte para mí y nada más, señas de identidad y nada más. En ese momento, por una especie de brusca revelación --y la palabra no es exagerada--, sentí que no sólo era argentino: era latinoamericano, y ese fenómeno de tentativa de liberación y de conquista de una soberanía a la que acababa de asistir, era el catalizador, aquello que me había revelado y demostrado que yo no era sólo un latinoamericano que estaba viviendo eso de cerca, sino que, además, me mostraba una obligación, un deber. Me di cuenta de que ser un escritor latinoamericano significaba, fundamentalmente, que había que ser un latinoamericano escritor: había que invertir los términos y que la condición de latinoamericano, con todo lo que comportaba de responsabilidad y deber, había que ponerla, también, en el trabajo literario. Creo, entonces, que puedo utilizar el nombre de etapa histórica, o sea de ingreso en la historia, para describir este último jalón en mi camino de escritor.

Si han podido leer algunos libros míos que abarquen esos períodos, verán muy claramente reflejado lo que he tratado de explicar de una manera un poco primaria y autobiográfica; verán cómo se pasa del culto de la literatura por la literatura misma, al culto de la literatura como indagación del destino humano y, luego, a la literatura como una de las muchas formas de participar en los procesos históricos que a cada uno de nosotros nos concierne en nuestro país. Si les he contado esto --e insisto en que he hecho un poco de autobiografía, cosa que siempre me avergüenza--, es porque creo que ese camino que seguí es extrapolable, en gran medida, al conjunto de la actual literatura latinoamericana, que podemos considerar significativa.

En el curso de las últimas tres décadas, la literatura de tipo cerradamente individual que, naturalmente, se mantiene y se mantendrá y que da productos indudablemente hermosos e indiscutibles; esa literatura por el arte y la literatura misma ha cedido terreno frente a una nueva generación de escritores mucho más implicados en los procesos de combate, de lucha, de discusión, de crisis de su propio pueblo y de los pueblos en su conjunto. La literatura que constituía una actividad fundamentalmente elitista y que se auto consideraba privilegiada (todavía lo hacen muchos, en muchos casos) fue cediendo terreno a una literatura que, en sus mejores exponentes, nunca ha bajado la puntería, ni ha tratado de volverse popular o populachera, llenándose con todo el contenido que nace de los procesos del pueblo al que pertenece el autor. Estoy hablando de la literatura más alta de la que podemos hablar en estos momentos: la de ASTURIAS, VARGAS LLOSA, GARCÍA MÁRQUEZ, cuyos libros han salido plenamente de ese criterio de trabajo solitario por el placer mismo del trabajo, para intentar una búsqueda en profundidad, en el destino, en la realidad, en la suerte de cada uno de sus pueblos.

Por eso, me parece que lo que me sucedió en el terreno individual y privado es un proceso que, en conjunto, se ha ido dando de la misma manera yendo de lo más (cómo decirlo, no me gusta la palabra elitista pero, en fin...), de lo más privilegiado y más refinado como actividad literaria, a una literatura que, guardando todas sus calidades y todas sus fuerzas, se dirige actualmente a un público de lectores que va mucho más allá que los lectores de la primera generación, que eran sus propios grupos de clase, sus propias élites; aquellos que conocían los códigos y las claves y podían entrar en el secreto de esa literatura, casi siempre admirable pero, también, casi siempre exquisita.(CONTINUARÁ)


CECILIA


POTYLDA 110F
2043 posts
8/2/2013 11:37 am

SIENTO UNA GRAN ALEGRÍA PORQUE, AÚN SIN CONOCERNOS, ME HONRAS CON EL PRIVILEGIO DE TU VISITA, DE TU LECTURA, DE TU ATENCIÓN, DE TU INAPRECIABLE TIEMPO.

SALUDOS SOLIDARIOS E ISTMEÑOS DE

CECILIA


CECILIA