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POTYLDA 110F
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10/19/2015 2:14 pm

Last Read:
10/19/2015 2:16 pm

LA VIEJA ATORRANTA, DEL LIBRO ENCUENTROS, DE GABRIEL ROLÓN, ARGENTINA. TEXTO EDITADO Y SELECCIONADO



He aquí una historia de amor que nos recuerda que dicho sentimiento puede perdurar, venciendo al tiempo, la distancia, la costumbre, la edad, los prejuicios y la crítica, enemigos considerados por muchos de nosotros como la ineludible tumba de tan hermoso sentimiento.

A la espera de que esta Nota sea del agrado de Amigos.com, les deseo una nueva semana extraordinariamente feliz y productiva.

CECILIA

LA VIEJA ATORRANTA, DEL LIBRO ENCUENTROS, DE GABRIEL ROLÓN, ARGENTINA. TEXTO EDITADO Y SELECCIONADO POR CECILIA R SALAS

Si Uds. trabajan o han trabajado en alguna institución, sabrán que en la cocina, la encargada de ésta es la que está al tanto de todo lo que pasa… más que los administrativos, incluso.

Una mañana, encontrándome en dichas instalaciones, le pregunté a la cocinera:

-- Betty, ¿alguna novedad?

--- Sí, doctor. (Me llamaba así, aunque soy licenciado.)¿Ya vio a la Vieja Atorranta?

--- No, le dije asombrado. ¿Entró una nueva abuela?

---Sí, una viejita picarona.

Me quedé tomando unos mates con ella y no volví a tocar el tema, hasta que entró una enfermera y me dijo:

--- Gaby, ¿ya viste a la Atorranta?

--- No, le respondí.

---Tenés que verla. Se llama Ana.

Lo primero que me llamó la atención fue que utilizara, para referirse a ella, el mismo término que había usado la cocinera: Atorranta. Pero lo cierto es que habían conseguido despertar mi interés por conocerla. De modo que hice mi recorrido habitual por el Geriátrico y dejé para el final la visita a la habitación en la que se encontraba Ana.

Yo me había estado preguntando de dónde vendría el mote de Vieja Atorranta. Supuse que, seguramente, debía ser una mujer que, cuando joven, habría trabajado en un cabaret, o que tendría alguna historia picaresca. Pero no era así. Cuando entré en su habitación me encontré con una abuela que estaba muy deprimida, y que casi no podía hablar, a causa de la tristeza. Su imagen no podía estar más lejos de la de una Vieja Atorranta. Me acerqué a ella, me presenté y le pregunté:

--- Abuela, ¿qué le pasa?

Ella no quiso hablar demasiado; apenas si respondió a algunas preguntas, por cuestiones de educación. Un analista sabe que esto puede ser así; que a veces es necesario que transcurra algo de tiempo, para establecer el vínculo que el paciente necesita para poder hablar. Yo me dispuse a darle ese tiempo.

De esta manera, la visitaba cada vez que iba al Geriátrico, y me sentaba a su lado, en silencio. A veces, le canturreaba algún tango. Como a la séptima u octava de mis visitas, la abuela habló:

--- Doctor, le voy a contar mi historia.

Me dijo que ella se había casado a los 16 años, como se acostumbraba en su época, con un hombre que le llevaba cinco. Yo la escuchaba con profunda atención.

--- ¿Sabe? -- y me miró como avisándome que iba a hacerme una confesión--, yo me casé con el único hombre que quise en mi vida, con el único hombre que deseé en mi vida, con el único hombre que me tocó en mi vida y es el hombre al que amo y con el que quiero estar.

A continuación, me contó que su esposo estaba vivo, que ella tenía 86 años y él 91 y que, como estaban muy grandes, a la familia le pareció que era un riesgo que vivieran los dos solos, por lo que decidieron internarlos en un Geriátrico. Como no encontraron cupo en un Hogar Mixto, la internaron a ella en el que yo trabajaba -- en provincia --, y a él en otro, en la capital. Es decir, que luego de estar juntos por 70 años, los habían separado. Lo que no habían podido hacer ni los celos, ni la infidelidad, ni la violencia, lo había hecho la familia, me dijo, y agregó que ese viejito, con sus 91 años, todos los días, en el horario de visitas, se hacía llevar por un pariente, un amigo o un remisse, para verle a ella, su mujer.

Recordé, entonces, haberlos visto tomados de la mano en la sala de estar o sentados en una banca del jardín, mientras él le acariciaba la cabeza y la miraba, y que cuando se tenían que separar, la escena era desgarradora.

¿De dónde venía, entonces, el apodo de Vieja Atorranta? Venía del hecho de que, como el esposo iba todos los días a verla, ella le había pedido autorización a las autoridades del Geriátrico para ver si, al menos una o dos veces por semana, los dejaban dormir juntos la siesta. Los funcionarios dijeron entonces:

-- Ah, bueno... mirá vos, la Vieja Atorranta.

Cuando la abuela me contó esto, estaba muy angustiada y un poco avergonzada. Pero lo que más me conmovió fue cuando me dijo, bajando la cabeza:

--- Doctor, ¿qué vamos a hacer de malo, a esta edad? Yo lo único que quiero es volver a apoyar la cabeza en el hombro de mi viejito y que me acaricie el pelo y la espalda, como hizo siempre. ¿Qué miedo tienen? Si ya no podemos hacer nada de malo.

Conteniendo la emoción, le apreté la mano y le pedí que me mirara. Luego le dije:

--- Ana, lo que usted quiere es hacer el amor con su esposo. Y no me venga con eso de que “(…) ¿qué van a hacer de malo.” Es maravilloso que Ud., 70 años después, siga teniendo las mismas ganas de besar a ese hombre, de tocarlo, de acostarse con él y que él también la desee de esa manera. Esas caricias, y su cabeza sobre el hombro de él, es la forma que encontraron de seguir haciéndolo a sus edades. Déjeme decirle algo, Ana: ése es su derecho, hágalo valer. Pida, insista y moleste, hasta conseguirlo. Y la abuela molestó.

Recuerdo, ¡cómo no hacerlo!, que el Director del Geriátrico me llamó a su oficina, para preguntarme:

--- ¿Qué le dijiste a la vieja?

--- Nada, le dije, haciéndome el desentendido. Y agregué: ¿Por qué?

La cuestión fue que con la Asistente Social del Hogar en el que estaba su esposo, nos propusimos encontrar un Geriátrico Mixto, para que estuvieran juntos. Corríamos contra reloj y lo sabíamos. Tardamos cuatro meses en encontrar uno. Sé que, dicho así, parece poco tiempo. Pero cuatro meses, cuando alguien tiene más de noventa años, podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Ana se encontraba cada vez más deprimida y yo tenía mucho miedo de que no llegara. Pero llegó. El día en el que se iba de nuestro Geriátrico, acudí al mismo muy temprano, para despedirla. En cuanto llegué, la cocinera me salió al cruce, diciéndome:

--- No sabés. Desde las seis de la mañana la vieja está con la valija lista, al lado de la puerta.

Yo reí y me dirigí a su cuarto. Al verla, le dije:

--- Anita, se me va.

Ella me miró emocionada y me respondió:

--- Sí, doctor... Me vuelvo a vivir con mi viejito. Luego se echó a llorar entre mis brazos
.
--- Ana --le dije--, nunca me voy a olvidar de Ud.

Como habrán visto, no le mentí. Jamás me olvidé de ella, porque aprendí a quererla y a respetarla por su lucha, por la valentía con la que defendió su deseo y porque, gracias a esa Vieja Atorranta, pude comprobar que todo lo que había estudiado y en lo que creía, era cierto: que se puede pelear por lo que se quiere, aunque se deje la vida en el intento.

Esa abuela me enseñó la certeza de que, a pesar de todas las dificultades, cuando alguien quiere verdaderamente y sus sentimientos nobles, enamorarse es realmente algo maravilloso, y que el amor y el deseo pueden caminar juntos, para siempre.

¡¡DEJEMOS EL PREJUICIO Y LA CRÍTICA...SEAMOS TOLERANTES!!





CECILIA


POTYLDA 110F
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10/19/2015 2:16 pm



A todo aquél que visita mi sitio le doy las gracias, pues aún sin conocernos, me honra con el privilegio de su lectura, de su atención y de su inapreciable tiempo.

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Saludos solidarios e istmeños de

CECILIA




CECILIA