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LA FLOR SABIA, POR ANGELES CASO, ESPAÑA. TEXTO SELECCIONADO Y EDITADO POR CECILIA R SALAS   LA FLOR SABIA, POR ANGELES CASO, ESPAÑA. TEXTO SELECCIONADO Y EDITADO POR CECILIA R SALAS La historia que voy a contarles ha sido, para mí, la más bonita del pasado verano. Es la historia de una flor que, como todas las flores que se precien de serlo, decidió hacer de su breve y fulgurante vida un auténtico tratado de filosofía, un ejemplo que contiene tanta enseñanza moral en los tiempos que corren, que ha hecho que aumente aún más mi profundísima admiración hacia las plantas. Todo empezó al atardecer del 3 de agosto, cuando decenas de personas aguardaban expectantes, junto al estanque del pequeño y hermoso arboretum de la FUNDACIÓN SALES DE VIGO, a la espera de que la flor del único ejemplar de VICTORIA CRUZIANA que existe en ESPAÑA se desplegase. La VICTORIA CRUZIANA -- IRUPÉ en guaraní -- crece en las cuencas de los RÍOS PARANÁ y PARAGUAY y es uno de los nenúfares más grandes que existen. Sus hojas llegan a alcanzar los dos metros de diámetro y 60 kilos de peso. La FLOR DEL IRUPÉ vive apenas dos días. Se abre lentamente al anochecer, femenina, blanca, y emite un olor intenso como a piña, que atrae a los coleópteros. Al amanecer, cuando alguno de esos bichitos cubierto de polen de otra flor liba felizmente en su interior, los pétalos de la flor se cierran, dejándolo encerrado. A lo largo de las siguientes horas, el capullo desarrolla estambres, y en el segundo atardecer vuelve a eclosionar, convertido en una flor macho de color rosa, que deja que el coleóptero se escape, bañado en el fresco polen. Unas horas después, la flor se pliega serena y definitivamente, sumergiéndose en el agua, para transformarse en fruto. El 3 de agosto, el primero de los dos capullos de la VICTORIA CRUZIANA de VIGO estaba a punto de abrirse. Expectación, cámaras, ruido... De pronto, el proceso se detuvo. La flor se quedó paralizada, como si algo la hubiese perturbado. La niebla que empezaba a entrar desde el mar, dijeron algunos. El repentino frío que la estresó. El capullo terminó perdiéndose, pero unos días después, el 8 de agosto, se suponía que el segundo capullo estaba a punto de florecer. Ese atardecer, la gente esperaba el espectáculo, pero la flor se les había adelantado, abriéndose en plena noche, cuando no había cámaras, ni personas entusiasmadas, ni siquiera botánicos o jardineros. Tan sabia y tan digna, se había abierto y cerrado en silencio, sin testigos molestos, con la única compañía del resto de las flores del jardín, los insectos alegres y, tal vez, alguna de esas aves nocturnas y venerables que atraviesan los aires, sin hacer ruido... CECILIA |
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