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POTYLDA 110F
2178 posts
7/29/2022 12:36 pm

Last Read:
8/23/2022 7:17 am

LA BOTELLA DE MI MADRE, POR WILLIAM ANASTACIO AREAS CALVO, NICARAGUA. TEXTO SELECCIONADO POR CECILI





CECILIA ✍️✍️✍️✍️✍️



LA BOTELLA DE MI MADRE, POR WILLIAM ANASTACIO AREAS CALVO, NICARAGUA. TEXTO SELECCIONADO POR CECILIA R SALAS.

I

Mi madre, mujer tenaz y morena; de estatura baja, con profundos ojos negros, pelo crespo suelto y largo, atado a su cabeza en dos hermosas trenzas. Es la locura de mi padre.

Cuando era chavalo y tenía un año de edad, me atacó el virus de la poliomielitis; no volví a caminar. Ella se empecinó en que volviera a hacerlo y lo logró cuando tenía cuatro años. Así era de tenaz mi madre.

Unos meses después de su muerte, fui a revisar sus pertenencias. Fuera de su ropa, la escritura de su casa y su cama, no tenía más, salvo una caja donde encontré seis libros. Ese era el tesoro de mi madre.

Mi madre leía por las tardes, antes de oscurecer, a mi padre, quien era analfabeta, y a nosotros, sus hijos. Él nunca se interesó por aprender a leer, sólo sabía poner su firma.

Ella sacaba un libro del cajón, que mi padre manejaba con candado; luego, mis hermanos y yo nos reuníamos a su alrededor, para escuchar la lectura.

II

El cajón con los libros era una valija muy antigua de madera, de color café claro. Recuerdo que mi padre me la prestó cuando fui al seminario, con la intención de hacerme sacerdote.

En ella llevé mis pocos enseres, y la ilusión de estudiar algo que, al final, me sirviera en la vida. No quería seguir apagando el sol en los campos de algodón, los que, por ese entonces, tomaban fuerza en los alrededores de la pequeña ciudad donde nací y actualmente vivo.

La valija constituía toda la biblioteca de mi padre. Muchas veces le escuché ufanarse de ella, diciendo que, a pesar de no saber leer, tenía libros.

Estos eran cinco volúmenes: la Biblia, Aladino y la lámpara maravillosa, El Mártir del Gólgota, Alí Babá y los cuarenta ladrones y El Verdadero Sandino o el Calvario de las Segovias.

El sexto libro de la biblioteca no pertenecía a mi padre, sino a mi madre; no contaba con pastas, ni título. Las letras negras resaltaban aún más, sobre el fondo amarillento de las hojas envejecidas por los químicos y el tiempo.

Las páginas del libro contenían anotaciones hechas en sus hojas, sobre el margen derecho. En muchas de ellas estaban escritos los nombres Andrés, Alicia, Manuel, Silvia, Feliciano, Fabio, Pedro y, casi al final, Índigo.

Cuando empecé a caminar por segunda vez, mi madre siempre estuvo presente. Me animaba, me cantaba y me decía que era un niño índigo. Siempre le pregunté: “¿Yo, índigo?” La repuesta era la misma: “Un día te darás cuenta de qué es”.

Nos decía que no nos preocupáramos por el mañana, que viviéramos el hoy, recordando el ayer; que nos cuidaría aún después de su muerte, que ocurrió cuando frisaba los 75 años.

Era la época en la que leer por las tardes era una especie de lujo; podían contarse las personas que eran afectos a la lectura. Hasta se podía adivinar, sin temor a equivocarse, cuántos libros había en el pueblo.

Además de los libros, la caja contenía recortes de periódicos y revistas: una foto de Marilyn Monroe en traje de baño, publicada en Playboy y la biografía de Jorge Negrete; un disco de acetato de 45 rpm de la Sonora Matancera, -- autografiado por Bienvenido Granda, cuando esta agrupación musical vino a presentarse a León en Radio Darío --; la partida de nacimiento de mi padre y una cajita con un tubo para el radio Philips en donde mi padre escuchaba, a altas horas de la noche:

“ (…)Radio Habana Cuba,
Voz Oficial del Estado.
Adelante cubanos, que Cuba ( …),
pues somos hermanos que vamos a la patria liberar(...)”

Hasta el día de su muerte, mi madre guardó la biblioteca como uno de sus más preciados tesoros. Se me olvidaba: dentro de las pocas pertenencias de mi madre, encontré una botella antigua.

III

Cuando tomé la botella entre mis manos, sentí como si ésta me hablara. Era un recipiente grande, de vidrio color oscuro. Salí al patio, para verla a contraluz; contenía algo que no pude identificar.

El recipiente estaba cerrado con un tapón de madera cubierto con un trozo de cuero de camello y, a su alrededor, un alambre, torcido con fuerza y elegancia terminaba de sellar el frasco, por lo que abrirlo resultaba bastante complicado.

Ese día consideré más conveniente abrirla en otra oportunidad, para poder revisar su contenido.

IV

Una madrugada, a mi padre se le ocurrió morirse y mi madre entristeció mucho, enfadándose con él porque fue incapaz de avisarle o, por lo menos, comentarle que tenía la intención de hacerlo. La dejó sola, al cuidado y crianza de sus 8 hijos.

El día que mi padre murió, ella se puso rosada, como lo hacen los delfines albinos cuando sienten pena. Era, además de tenaz, una mujer de grandes emociones.

Para mis hermanos y yo, era fácil darnos cuenta del estado de ánimo por el que ella estaba atravesando, en un momento determinado. Su piel morena cambiaba a diferentes tonos de color rosa, si se encontraba triste, enfadada e, incluso, cuando sentía vergüenza, mientras exhalaba un increíble olor a la flor del madroño.

¡Nunca más vi esa delicadeza en ninguna otra mujer!

V

Después de su muerte, cada tarde iba al cuarto de mi madre, a husmear recuerdos, en aquel espacio tan limpio, tan oloroso a niñez. A los niños les gusta ir a jugar en la cama de los padres. ¡Cuánta falta hace una madre!

Afuera, la tarde se llenaba de lluvia, de olor a café, de gotas de cariño.
__“Ven, -- decía mi madre, mientras me arropaba --, háblame de tu trabajo”.
—“Háblame mejor del tuyo” ‒le respondía.
—“Sólo del de cuidar a ustedes te puedo hablar”.
—“Dime algo que no conozca”.
—“Vos ya lo conocés todo o, al menos, casi todo —me respondía.

Miré la botella y la sentí lejana. Recordé lo que en algún momento leí sobre cómo fue hecho el vidrio.
“(…) Muchos autores de la antigüedad escribieron acerca del vidrio. Plinio el Viejo (23 -79 d.C.), narró en su Historia Natural que el descubrimiento de ese material tuvo lugar en Siria, cuando unos mercaderes de natrón o carbonato sódico, probablemente en ruta hacia Egipto, preparaban su comida al lado del Río Belus, en Fenicia.

Al no encontrar piedras en donde colocar sobre ellas sus ollas, pusieron trozos del natrón que llevaban como carga, y a la mañana siguiente vieron como las piedras se habían fundido y al reaccionar con la arena se había producido un material brillante, vítreo, similar a una piedra artificial. Tal fue, en síntesis, el origen del vidrio”.

¿Procederá la botella de mi madre de esa época?, me pregunté.
Me dirigí hacia el patio donde mi madre recolectaba leña, frutos y recuerdos. ¿Habrá encontrado la botella junto a uno de esos centenarios árboles?

Regresé a la habitación y tomé el libro sin pastas y letras negras; leí con avidez el texto que hacía referencia a los índigos:
“ (…) profundos y misteriosos, nunca nadie está seguro de quiénes en realidad. Las personas índigo se involucran absolutamente en algo, o bien, se quedan fuera por completo.

Les gusta ofrecer ayuda y consuelo, pero les es muy difícil pedirlo en reciprocidad. Tienen un muy bien entonado sexto sentido: piensan en una persona y ésta llama o aparece en unos pocos minutos.

Tienen muchos sueños premonitorios. Siempre optimistas y ven lo positivo de cualquier situación. propensos a desequilibrios hormonales. (…)”

Supuse que yo era Índigo; los nombres en las márgenes de las páginas del libro eran los de mis hermanos y hermanas; el mío no estaba escrito y, en muchas ocasiones, ella me llamó Índigo. Una lágrima rodó sobre mi mejilla.

VI

“(…) Un tigre no pierde el sueño por la opinión de las ovejas.(…)”.__ leyó mi madre.

Mi padre se arrellanó en su taburete,-- como si fuese una butaca de cine, para apreciar mejor la imagen del beso eterno entre Humphrey Bogart e Ingrid Bergman en Casablanca --, y le dijo a mi madre:
—“Cristina, ¡pará de leer!”

Sorbió el humo del cigarrillo que fumaba, lanzó una enorme bocanada, y añadió:
—“¡Qué bonito eso que leíste!, ¡Cómo me gustaría ser escritor!”

Ella le respondió:
—“Mirá que tontería la tuya, si apenas quieres aprender a poner tu nombre, ¿cómo vas a ser escritor?”
—“El ser escritor ‒ le contestó mi padre‒, no está en las manos, está en la mente; es echar a volar la mente. Tenés que soñar que vuelas, para poder escribir el cómo volar: todo lo que me lees vos, antes fueron sueños… deseos que estimularon la creatividad del autor”.

Mis hermanos y yo escuchábamos la disertación, sin profundizar mucho, pues no entendíamos las cosas que decía mi padre. Ahora, muchos años después, sentado sobre el borde de la cama de mi madre, la verdad de sus palabras asoma como niño travieso que quiere ver el beso de los novios, a través de la ventana entre abierta.

—“Mirá que la lectura que me haces, me despierta las ganas de volar hacia vidas pasadas, en donde fui escritor”.
—“¡Jesús! ‒dijo mi madre. ¡Ave María Purísima!" ‒continuó.
—“Tranquila mujer, ni todos demonios, ni todos santos; eso es lo que nos tiene tan mal. Yo logré, en mis vidas pasadas, que miles de corazones latieran a mil por hora; animé mentes a soñar. ¿Cuántos de esos soñadores escribieron bellas prosas, lindos versos, fuertes tramas?”

Mi madre, con los dedos sobre la página que iba a leer, lo escuchaba con preocupación…

Años después, estando mi padre en su lecho de muerte, mi madre le preguntó si quería confesarse. Él, con la respiración cansada y la mirada aún brillante, le dijo:
—“No. El padre no sabe lo que está sucediendo”.

A continuación, pidió agua y que le dejaran descansar y morir; que le leyera una de las citas de los recortes de periódicos que guardaba en su biblioteca.
—“¿Cuál? ‒preguntó mi madre‒. muchas.”
—“La de Brecht”. ‒respondió.

Mi madre trajo el recorte, se sentó sobre el borde de la cama y tomó una de las manos de mi padre. Él apretó con ternura la de ella, y le dijo:
__“ Lee”.
__“(…) El peor analfabeto es el analfabeto político. No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos. No sabe del costo de la vida, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de desiciones políticas. El analfabeto politico es tan torpe que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas privadas nacionales y multinacionales.(…)”

Sendas lágrimas recorrieron las mejillas de mi madre, soltó la mano de mi padre, le cerró los ojos, nos volvió a ver y nos dijo:
—“Se fue. Se nos fue. Murió como siempre quiso morir: escuchando una lectura”.

VII

¡Cómo le gustaba a mi madre la naturaleza! De ella, estos eran sus predilectos: el aire fresco que se cuela entre la hojas; las mariposas, sobre todo las de más vívidos colores; el sonido de las olas del mar cuando rompen sobre la berma y acarician la arena.

Recuerdo que, de niños, a mis hermanos y a mí mi madre nos ponía a escuchar las voces del viento, pidiéndonos, a continuación, que identificáramos qué sonido hacía el mismo. Muchas veces escuchábamos el aletear de las mariposas, las voces de las aves, el color de las flores, el mugir de la vaca llamando a su ternero y los latidos del ser lejano y querido que no se encontraba entre nosotros.

“¡Que bonito sería embotellar el viento y poderlo vender, como se venden los refrescos!, nos decía ella. O llegar a la venta y comprar una botella del fresco que agita los cabellos de la abuela; la del helado, que mueve las faldas de las muchachas en la plaza, o del tibio, que desprende las hojas de los árboles.

Deberían existir tiendas, ---continuaba --, en donde pudiésemos comprar frascos con olor a perfume de campo, a brisa de mar, a gotas de rocío decembrino, u otros bienes tan preciados de la naturaleza.

Nos hablaba de las sílfides y decía:
__ “(…) espíritus del aire. Éste se encuentra lleno de una multitud de criaturas de aspecto humano, un poco feroces en su apariencia, pero dóciles, en realidad, grandes amantes de las ciencias, sutiles, solícitos para con los sabios y los poetas, pero enemigos de los necios y de los ignorantes. Sus mujeres y sus hijas de una belleza varonil, tal y como se representa a las Amazonas”.

Muchas veces nos dijo que cada vez que viéramos una mariposa de color azul, la misma era una representación de nuestro padre, que mutaba de silfo a príncipe azul, que es como se denomina esa hermosa mariposa del género Morpho.

En múltiples ocasiones, mis hermanos y yo perseguimos en la vereda del río a esas mariposas, mientras gritábamos:
—“Corramos tras nuestro padre. Va hacia la casa, a visitar a mamá”.

VIII

Una de esas tardes, cuando precisaba recibir un abrazo y el regazo que muchas veces me acunó, emprendí el camino hacia la casa de mi madre.

En el trayecto, recordé las veces que caminé en su compañía, por las calles del pequeño pueblo donde ella y sus ancestros hasta la cuarta generación nacieron, así como sus descendientes.

Rememoré las calles llenas de arena lavada por las corrientes de agua después de la lluvia, el aire fresco del este golpeando mi rostro. Cuando crucé por el parque, recordé la placita donde los niños jugaban al béisbol, mientras esperaban que los transeúntes pasaran, para continuar con el torneo.

Para los niños, su presencia era una tortura, pero el hacerlo se constituía en una muestra del respeto por los mayores inculcado en casa, y que no se podía tirar como mangos a los chanchos. ¿Cuánto de ello se ha perdido?, ¿Cuántos valores han sido tirados al olvido?

El olor a flores de madroño me hizo recordar que me dirigía hacia la casa de mi madre. Mientras caminaba por el atrio de la iglesia, una voz me detuvo:
—“¡Podemos hacerlo mejor!”
Era el perfeccionista y visionario del pueblo. Estas características ‒decía‒ lo convertían en el líder perfecto para acurrucar las masas.

Caminamos juntos por una cuadra, tiempo que aprovechó para platicarme sobre él, de su capacidad de reflexión y acerca de que su principal objetivo en la vida era destacar y cambiar la vida de los demás.

Siempre puse en duda su condición mental. Ponía en duda cómohabían sido hechas las cosas, hasta el presente, y buscaba soluciones originales a viejos problemas. Se enorgullecía de su capacidad para resolver problemas.

Ya casi llegando a la vieja casa de mi madre, me dijo:
—“He vivido muchas vidas anteriores: fui guerrero druida, legionario romano, caballero en la Edad Media y samuray en el Japón. Pasé por momentos oscuros y gané muchas batallas, luchando por mis ideales. Era valiente y poseía cualidades asombrosas, que me empujaban a ir sólo hacia adelante.

Ya frente a la puerta de casa, me dijo:
—“Nos vemos pronto, pero déjame decirte algo: soy leal con las amistades, siempre. Si me buscas, me vas a encontrar; mi amor por la amistad es verdadero. ¡Soy tu amigo!”, gritó.

Yo me perdí, tras el dintel de la puerta. Me dirigí al solitario cuarto de mi madre, mientras recordaba una cita posteada por mi amigo Guillermo Goussen Padilla, en su página de Facebook:
“Los inteligentes disfrutan la soledad, los demás la llenan con cualquier persona”.

IX

Una vez en el cuarto, tomé la botella de mi madre y me senté a observarla, sentado sobre el borde de la cama. Me pareció inmensa. Traía conmigo un alicate, para aflojar el alambre que sostenía el cuero de camello.

Al roce del alambre con el alicate, leves chispas violáceas saltaron entre mis manos. Me asusté, pero recordé que mi madre nos dijo, antes de morir, que nos cuidaría. Pensé entonces: nada que venga de mi madre nos causará problemas.

Solté el alambre y al retirar el cuero, un suave olor a sándalo inundó todo el espacio, proveniente del tapón de la madera con la cual había sido elaborado.

Salí del cuarto, me ubiqué bajo el árbol de almendro del jardín, me senté sobre sus raíces y quité el tapón.
Dentro de la botella se encontraban tres recipientes confeccionados también con madera de sándalo. Al abrir la tapa del primero, miles de mariposas de diferentes colores y tamaños salieron volando, esparciéndose por los alrededores. Una vecina gritó:
—“¡Qué lindo!, ¿De dónde salió tanta belleza?”.

Al vaciarse la caja, abrí el segundo contenedor y observé que contenía un papel doblado. Al abrirlo, pude leer lo siguiente:
“Ten en cuenta cómo todo tiene su razón de ser, y que nada ocurre por suerte. Ésta ‒la suerte‒ es tan sólo un pesar de los aburridos y haraganes. Lee, estudia, aprende de los sabios y hereda la sabiduría conquistada”.

Recordé rápidamente al mago de un circo, a quien pregunté:
—“¿Qué hago para tener dinero?”.
—“Trabaja y ahorra”.‒ fue su respuesta.

Saqué la tercera cajita y la abrí. La misma contenía una especie de ungüento que olía a flores de madroño; introduje en el mismo los dedos de una de mis manos, colocándolos luego en mis palmas e instintivamente froté mis tobillos, piernas y muslos. Tomé más del ungüento y continué untándomelo en mis piernas y brazos, hasta terminarlo todo. Un leve calor penetró mi piel hasta los huesos. Me levanté de las raíces y empecé a caminar.

Tenía cuatro años.









CECILIA


POTYLDA 110F
2043 posts
7/29/2022 12:56 pm





Luego de varios meses de
ausencia por motivos ajenos a mi
voluntad, les doy las gracias a todos
los lectores que
continuaron visitando mi blog,
honrándome con el privilegio de su
su atención y de su
inapreciable tiempo.

Aprovecho la oportunidad para
desearles a todos que logren ser felices
durante este 2022 que da inicio, sea
cual sea la realidad que les toque vivir,
invitándoles, como siempre, a que
continúen visitando mi espacio, que es
también el suyo, lugar en donde
siempre serán cordial y
afectuosamente bienvenidos.

Saludos solidarios e istmeños de

CECILIA









CECILIA