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♥♣♥..ASI SOY..♥♣♥

Soy lo que quiero ser. Sueño lo que quiero soñar. Voy a donde quiero ir... Porque sólo tengo una vida y una oportunidad. Nada... Soy normal, y soy MUJER.

HABRE NACIDO CON CABLE?
Posted:Nov 29, 2007 9:38 pm
Last Updated:Oct 18, 2008 7:38 pm
6048 Views

Luego de varios días sin poderme conectar por una u otra razón, debo reconocer que lo echaba en falta y que estoy enamorada de la tecnología y sus excelencias... Amo lo virtual, lo digital, lo cibernético, lo espacial, lo quántico, lo computacional, lo informático!

Soy una cibernauta entusiasta y convencida. Me gusta el macrocosmos, el microcosmos, adoro lo virtual por lo que ya no puedo vivir sin mi computador. Disfruto a plenitud las ventajas del mundo de hoy; para mí es una experiencia placentera, digna de asumirse, desechando las complicaciones que se pueden derivar de las mismas y que no voy a mencionar.

Por este medio acceso a todo tipo de información, tengo al alcance de mis dedos todas las posibilidades que mi imaginación puede concebir. Con mi PC entretengo a veces mi ansiedad, soy casi esclava de mi teléfono móvil, el cable hace mi ocio más llevadero. Adoro mi horno microondas. Mi televisor conforta mis noches y compromete a veces mis madrugadas.

Administro mi cuenta bancaria y mis compromisos de pago por Internet. Algunas de mis relaciones personales de amistad las tengo por esa misma vía. Realizo mi trabajo a través de la informática, por lo que puedo hacerlo desde cualquier parte del mundo. Los sitios Web, las páginas electrónicas, la música, los videos y juegos colman mi existencia... mi copa está rebozando!!!
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LO PROPIO...
Posted:Nov 19, 2007 5:32 am
Last Updated:May 15, 2008 6:22 pm
6568 Views

Hace un tiempo no muy lejano decidí dejar de escribir mis cosas y continuar este rincón publicando poesías, canciones o simples pensamientos y consejos ajenos, prestados, comunes a todos y todas los que -por el motivo que sea- usamos este medio como escape o simple entretenimiento. Lo hice más que todo por no “desnudarme” en cada palabra pues, como hace poco respondí a alguien, no soy de ‘medias tintas’ ni sé guardarme, acomodar o talvez embellecer lo que me nace en un momento dado; nada, que suelto las cosas a lo bruto!

Esta es una reflexión nacida de un comentario jocoso que me ha dejado SilentVox en mi anterior Post y a uno algo más serio que julio2457 me escribió un poco antes, en donde me preguntaba por qué no seguía escribiendo mis propias letras, cosa que sin darse cuenta respondió “Silent”… Porque ASUSTO!; al parecer doy miedo por lo que expreso (¿o por cómo lo hago?) y a este paso, como dice un refrán, me quedaré definitivamente más sola que la 1.

A veces quisiera ser alguien “dulce”; que se yo, como esas mujercitas que tanto gustan a los hombres: esas que casi ni hablan, que se ríen de todas sus bobadas (y por cierto, no a carcajadas como lo hago, cosa que mi madre siempre trató de corregir en mí) y que si algo no les parece bien no dan su propia opinión para evitar confrontaciones. Pero nooooooooooo, qué va! Soy de carácter fuerte, bien respondona cuando hay que serlo y llamo las cosas por su nombre, por lo que al parecer ‘espanto’ o, para suavizar el término, ‘impongo respeto’ por tanta sinceridad.

Entonces, qué hago?
¿Hacerme pasar por quien no soy?
¿Enmudecer y guardarme lo que pienso o siento?
¿Aceptar como algo definitivo que los hombres no se interesan por una compañera sino por alguien que no tenga personalidad y que haga y diga lo que ellos desean?

Si esas las opciones para encontrar pareja, creo que estoy jodida!!
(perdona, mami, ya sé que esa no es una expresión propia de una "Dama". Jajajajaja)
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LOS HOMBRES Y LA INFORMATICA...
Posted:Nov 17, 2007 2:06 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:24 pm
5689 Views

En esta nuestra época, en que todo se maneja a nivel informático, debemos tener mucho ojo con los siguientes ejemplares masculinos:

Hombre Virus: Cuando menos lo esperas, se instala en tu vida y va apoderándose de todos tus espacios. Si intentas desinstalarlo, vas a perder muchas cosas; si no lo intentas, las pierdes todas.

Hombre Internet: Hay que pagar para tener acceso a él.

Hombre Servidor: Siempre está ocupado cuando lo necesitas.

Hombre Windows: Sabes que tiene muchos fallos, pero no puedes vivir sin él.

Hombre Powerpoint: Ideal para presentarlo a gente en fiestas y reuniones.

Hombre Excel: Dicen que hace muchas cosas, pero tú tan sólo lo utilizas para las operaciones básicas.

Hombre Word: Siempre tiene una sorpresa reservada para ti y no existe nadie en el mundo que lo comprenda totalmente.

Hombre D.O.S.: Todas lo tuvieron algún día, pero ahora nadie lo quiere.

Hombre Backup: Tú crees que lo tiene todo, pero a la hora del "vamos a ver", le falta algo.

Hombre Scandisk: Sabemos que es bueno y que sólo quiere ayudar, pero en el fondo nadie sabe lo que realmente está haciendo.

Hombre Salvapantallas: No sirve para nada, pero te divierte.

Hombre Paintbrush: Puro adobo y nada de sustancia.

Hombre RAM: Olvida todo apenas se desconecta.

Hombre Disco Duro: Se acuerda de todo, todo el tiempo.

Hombre Mouse: Funciona sólo cuando es arrastrado.

Hombre Multimedia: Hace que todo parezca bello.

Hombre Usuario: No hace nada bien y siempre está haciendo preguntas.

Hombre E-Mail: De cada diez cosas que dice, nueve insustanciales.
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BECQUER - EL BESO (3 de 3)
Posted:Nov 15, 2007 2:36 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:25 pm
5955 Views
El Beso
Gustavo Adolfo Bécquer
“Leyendas”

Leyenda toledana

III
Ya hacia un largo rato que los pacíficos habitantes de Toledo habían cerrado con llave y cerrojo las pesadas puertas de sus antiguos caserones; la campana gorda de la catedral anunciaba la hora de la queda, y en lo alto del alcázar, convertido en cuartel, se oía el último toque de silencio de los clarines, cuando diez o doce oficiales que poco a poco habían ido reuniéndose en el Zacodover tomaron el camino que conduce desde aquel punto al convento en que se alojaba el capitán, animados más con la esperanza de apurar las comprometidas botellas que con el deseo de conocer la maravillosa escultura.

La noche había cerrado sombría y amenazadora; el cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo; el aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos, o hacía girar con un chirrido apagado las veletas de hierro de las torres.

Apenas los oficiales dieron vista a la plaza en que se hallaba situado el alojamiento de su nuevo amigo, éste que les aguardaba impaciente, salió a encontrarles, y después de cambiar algunas palabras a media voz, todos penetraron juntos en la iglesia, en cuyo lóbrego recinto la escasa claridad de una linterna luchaba trabajosamente con las oscuras y espesísimas sombras.
- ¡Por quien soy!, exclamó uno de los convidados tendiendo a su alrededor la vista, que el local es de lo menos a propósito del mundo para una fiesta.
- Efectivamente - dijo otro- , nos traes a conocer a una dama, y apenas si con mucha dificultad se ven los dedos de la mano.
- Y con todo, hace un frío que no parece sino que estamos en la Liberia, añadió un tercero, arrebujándose en el capote.
- Calma, señores, calma -interrumpió el anfitrión- calma, que a todos se proveerá. ¡Eh, muchacho! -prosiguió dirigiéndose a uno de sus asistentes-, busca por ahí un poco de leña, y enciéndenos una buena fogata en la capilla mayor.

El asistente, obedeciendo las órdenes de su capitán, comenzó a descargar golpes en la sillería del coro, y después que hubo reunido una gran cantidad de leña, que fue apilando al pie de las gradas del presbiterio, tomó la linterna y se dispuso a hacer un auto de fe con aquellos fragmentos tallados de riquísimas labores, entre los que se veían, por aquí, parte de una columnilla salomónica, por allá, la imagen de un santo abad, al torso de una mujer o la disconforme cabeza de un grifo asomado entre hojarasca.
A los pocos minutos, una gran claridad que de improvisto se derramó por todo el ámbito de la iglesia, anunció a los oficiales que había llegado la hora de comenzar el festín.

El capitán que hacía los honores de su alojamiento con la misma ceremonia que hubiera hecho los de su casa, exclamó, dirigiéndose a los convidados:
- Si gustáis, pasaremos al buffet.
Sus camaradas, afectando la mayor gravedad, respondieron a la invitación con un cómico saludo, y se encaminaron a la capilla mayor precedidos del héroe de la fiesta, que al llegar a la escalinata se detuvo un instante, y extendiendo la mano en dirección al sitio que ocupaba la tumba, les dijo con la finura más exquisita:
- Tengo el placer de presentaros a la dama de mis pensamientos. Creo que convendréis conmigo en que no he exagerado su belleza.
Los oficiales volvieron los ojos al punto que les señalaba su amigo, y una exclamación de asombro se escapó involuntariamente de todos los labios.
En el fondo de una arco sepulcral revestido de mármoles negros, arrodillada delante de un reclinatorio con las manos juntas y la cara vuelta hacia el altar, vieron, en efecto, la imagen de una mujer tan bella que jamás salió otra igual de manos de un escultor, ni el deseo pudo pintarla en la fantasía más soberanamente hermosa.
- ¡En verdad que es un ángel! - exclamó uno de ellos.
- ¡Lástima que sea de mármol! - añadió otro.
- No hay duda que aunque no sea más que la ilusión de hallarse junto a una mujer de este calibre, es lo suficiente para no pegar los ojos en toda la noche.
- ¿Y no sabéis quién es ella? - preguntaron algunos de los que contemplaban la estatua al capitán, que sonreía satisfecho de su triunfo.
- Recordando un poco del latín que en mi niñez supe, he conseguido, a duras penas, descifrar la inscripción de la tumba, contestó el interpelado; a lo que he podido colegir, pertenece a un título de Castilla, famoso guerrero que hizo la campaña con el Gran Capitán. Su nombre lo he olvidado; mas su esposa, que es la que veis, se llama doña Elvira de Castañeda, y por mi fe que si la copia se parece al original, debió ser la mujer más notable de su siglo.

Después de estas breves explicaciones, los convidados, que no perdían de vista al principal objeto de la reunión, procedieron a destapar algunas de las botellas, y sentándose alrededor de la lumbre, empezó a andar el vino a la ronda.
A medida que las liberaciones se hacían más numerosas y frecuentes, y el vapor del espumoso champagne comenzaba a trastornar las cabezas, crecían la animación, el ruido y la algazara de los jóvenes, de los cuales éstos arrojaban a los monjes de granito adosados en los pilares los cascos de las botellas vacías, y aquéllos cantaban a toda voz canciones báquicas y escandalosas, mientras los de más allá prorrumpían en carcajadas, batían las palmas en señal de aplausos o disputaban entre sí con blasfemias y juramentos.

El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojos de la estatua de doña Elvira.
Iluminada por el rojizo resplandor de la hoguera y a través del confuso velo que la embriaguez había puesto delante de su vista, parecíale que la marmórea imagen se transformaba a veces en una mujer real; parecíale que entreabría los labios como murmurando una oración; que se alzaba su pecho como oprimido y sollozante; que cruzaba las manos con más fuerza; que sus mejillas se coloreaban, en fin como si se ruborizase ante aquel sacrílego y repugnante espectáculo.

Los oficiales que advirtieron la taciturna tristeza de su camarada, le sacaron del éxtasis en que se encontraba sumergido, y presentándole una copa, exclamaron en coro:
- ¡Vamos brindad vos, que sois el único que no lo ha hecho en toda la noche!
El joven tomó la copa, y poniéndose en pie y alzándola en alto, dijo encarándose con la estatua del guerrero arrodillado junto a doña Elvira.
- ¡Brindo por el emperador, y brindo por la fortuna de sus armas, merced a las cuales hemos podido venir hasta el fondo de Castilla a cortejarle su mujer, en su misma tumba, a un vencedor de Ceriñola!

Los militares acogieron el brindis con una salva de aplausos, y el capitán, balanceándose, dio algunos pesos hacía el sepulcro.
- No... - prosiguió dirigiéndose siempre a la estatua del guerrero, y con esa sonrisa estúpida de la embriaguez- , no creas que te tengo rencor alguno porque vea en ti un rival... al contrario, te admiro como un marido paciente, ejemplo de longanimidad y mansedumbre, y a mi vez quiero también ser generoso. Tú serías bebedor a fuerza de soldado... no se ha de decir que te he dejado morir de sed, viéndonos vaciar veinte botellas... ¡toma!

Y esto diciéndole, llevóle la copa a los labios, y después de humedecérselos con el licor que contenía le arrojó el resto a la cara, prorrumpiendo en una carcajada estrepitosa al ver cómo caía el vino sobre la tumba goteando de las barbas de piedra del inmóvil guerrero.
- ¡Capitán!, exclamó en aquel punto uno de sus camaradas en tono de zumba, cuidado con lo que hacéis mirad que esas bromas con la gente de piedra suelen costar caras... Acordaos de lo que aconteció a los húsares en el monasterio de Poblet... Los guerreros del claustro dicen que pusieron mano una noche a sus espadas de granito y dieron que hacer a los que se entretenían en pintarles bigotes con carbón.

Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia: pero el capitán, sin hacer caso de sus risas, continuó siempre fijo en la misma idea:
- ¿Crees que yo le hubiera dado el vino, a no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca...? ¡Oh...! ¡no! yo no creo, como vosotros, que estas estatuas un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día en que lo arrancaron de la cantera. Indudablemente, el artista, que es casi un dios, da a su obra un soplo de vida que no logra hacer que ande y se mueva, pero que le infunde una vida incomprensible y extraña, vida que yo no me explico bien, pero que la siento, sobre todo cuando bebo un poco.
- ¡Magnifico! - exclamaron sus camaradas- , bebe y prosigue.

El oficial bebió, y fijando los ojos en la imagen de doña Elvira, prosiguió con la exaltación creciente:
- ¡Miradla...! ¡Miradla...! ¿no veis esos cambiantes rojos de sus carnes mórbidas y transparentes...? ¿No parece que por debajo de esa ligera epidermis azulada y suave de alabastro circula un fluido de luz color de rosa...? ¿Queréis más realidad...?
- ¡Oh!, sí, seguramente - dijo uno de los que le escuchaban- , quisiéramos que fuese de carne y hueso.
- ¡Carne y hueso...! ¡Miseria, podredumbre...! - exclamó el capitán- . Yo he sentido en orgía arder mis labios y mi cabeza; yo he sentido este fuego que corre por las venas hirvientes como la lava de un volcán, cuyos vapores caliginosos turban y trastornan el cerebro y hacen ver visiones extrañas.

Entonces el beso de esas mujeres materiales me quemaba como un hierro candente, y las apartaba de mí con disgusto, con horror, hasta con asco; porque entonces, como ahora, necesitaba un soplo de brisa del mar para mi mente calurosa, beber hielo y besar nieve...; nieve teñida de suave luz, nieve coloreada por un dorado rayo de sol...; una mujer blanca, hermosa y fría, como esa mujer de piedra que parece incitarme con su fantástica hermosura, que parece que oscila al compás de la llama, y me provoca entreabriendo sus labios y ofreciéndome un tesoro de amor... ¡Oh...! sí...; un beso..., sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume.
- ¡Capitán...! - exclamaron algunos de los oficiales al verle dirigirse hacia la estatua como fuera de sí, extraviada la vista y con pasos inseguros- , ¿qué locura vais a hacer?, ¡basta de bromas, y dejad en paz a los muertos!

El joven ni oyó siquiera las palabras de sus amigos, y tambaleando y como pudo llegó a la tumba y aproximóse a la estatua, pero al tenderle los brazos resonó un grito de horror en el templo. Arrojando sangre por ojos, boca, y nariz, había caído desplomado y con la cara deshecha al pie del sepulcro. Los oficiales, mudos y espantados, ni se atrevían a dar un paso para prestarle socorro.

En el momento en que su camarada intentó acercar sus labios ardientes a los de doña Elvira, habían visto al inmóvil guerrero levantar la mano y derribarle con una espantosa bofetada de su guante de piedra.


FIN
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BECQUER - EL BES0 (2 de 3)
Posted:Nov 14, 2007 6:21 am
Last Updated:May 15, 2008 6:26 pm
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El Beso
Gustavo Adolfo Bécquer
“Leyendas”

Leyenda toledana

II
En la época a que se remonta la relación de esta historia, tan verídica como extraordinaria, lo mismo que al presente, para los que no sabían apreciar los tesoros de arte que encierran sus muros, la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible.

Los oficiales del ejército francés, que a juzgar por los actos de vandalismo con que dejaron en ella triste y perdurable memoria de su ocupación, de todo tenían menos de artistas o arqueólogos; no hay para qué decir que se fastidiaban soberanamente en la vetusta ciudad de los Césares.

En esta situación de ánimo, la más insignificante novedad que viniese a romper la monótona quietud de aquellos días eternos e iguales era acogida con avidez entre los ociosos; así es que promoción al grado inmediato de uno de sus camaradas, la noticia del movimiento estratégico de una columna volante, la salida de un correo de gabinete o la llegada de una fuerza cualquiera a la ciudad, convertíanse en tema fecundo de conversación y objeto de toda clase de comentarios, hasta tanto que otro incidente venía a sustituirle, sirviendo de base a nuevas quejas, críticas y suposiciones.

Como era de esperar, entre los oficiales que, según tenían costumbre, acudieron al día siguiente a tomar el sol y a charlar un rato en el Zocodover, no se hizo platillo de otra cosa que de la llegada de los dragones, cuyo jefe dejamos en el anterior capitulo durmiendo a pierna suelta y descansando de las fatigas de su viaje. Cerca de una hora hacía que la conversación giraba alrededor de este asunto, y ya comenzaba a interpretarse de diversos modos la ausencia del recién venido, a quien uno de los presentes, antiguo compañero suyo del colegio, había citado para el Zocodover, cuando en una de las bocacalles de la plaza apareció al fin nuestro bizarro capitán, despojado de su ancho capotón de guerra, luciendo un gran casco de metal con penacho de plumas blancas, una casaca azul turquí con vueltas rojas y un magnífico mandoble con vaina de acero, que resonaban arrastrándose al compás de sus marciales pasos y del golpe seco y agudo de sus espuelas de oro.

Apenas le avistó su camarada, salió a su encuentro para saludarle, y con él se adelantaron casi todos los que a la sazón se encontraban en el corrillo, en quienes había despertado la curiosidad y la gana de conocerle, los pormenores que ya habían oído referir acerca de su carácter original y extraño.

Después de los estrechos abrazos de costumbre y de las exclamaciones, plácemes y preguntas de rigor en estas entrevistas; después de hablar largo y tendido sobre las novedades que andaban por Madrid, la varia fortuna de la guerra y los amigotes muertos o ausentes, rodando de uno en otro asunto la conversación vino a para el tema obligado, esto es, las penalidades del servicio, la falta de distracciones de la ciudad y el inconveniente de los alojamientos.

Al llegar a este punto, uno de los de la reunión que por lo visto, tenía noticia del mal talante con que el joven oficial se había resignado a acomodar su gente en la abandonada iglesia, le dijo con aire de zumba:
- Y a propósito del alojamiento, ¿qué tal se ha pasado la noche en el que ocupáis?
- Ha habido de todo - contestó el interpelado- , pues si bien es verdad que no he dormido gran cosa, el origen de mi vigilia merece la pena de la velada. El insomnio junto a una mujer bonita no es seguramente el peor de los males.
- ¡Una mujer! - repitió su interlocutor, como admirándose de la buena fortuna del recién venido- . Eso es lo que se llama llegar y besar el santo.
- Será tal vez algún antiguo amor de la corte que le sigue a Toledo para hacerle más soportable el ostracismo - añadió otro de los del grupo.
- ¡Oh, no! - dijo entonces el capitán- , nada menos que eso. Juro, a fe de quien soy, que no la conocía y que nunca creí hallar tan bella patrona en tan incómodo alojamiento. Es todo lo que se llama una verdadera aventura.
- ¡Contadla! ¡Contadla! - exclamaron en coro los oficiales que rodeaban al capitán, y como éste se dispusiera a hacerlo así, todos prestaron la mayor atención a sus palabras, mientras él comenzó la historia en estos términos.
- Dormía esta noche pasada como duerme un hombre que trae en el cuerpo trece leguas de camino, cuando he aquí que en lo mejor del sueño me hizo despertar sobresaltado e incorporarme sobre el codo un estruendo horrible, un estruendo tal que me ensordeció un instante para dejarme después los oídos zumbando cerca de un minuto, como si un moscardón me cantase a la oreja.

Como os habréis figurado, la causa de mi susto era el primer golpe que oía de esa endiablada campana gorda, especie de sochantre de bronce, que los canónigos de Toledo han colgado en su catedral con el laudable propósito de matar a disgustos a los necesitados de reposo.
Renegando entre los dientes de la campana y del campanero que toca, disponíame, una vez apagado aquel insólito y temeroso rumor, a seguir nuevamente el hilo del interrumpido sueño, cuando vino a herir mi imaginación y a ofrecerse ante mis ojos una cosa extraordinaria. A la dudosa luz de la luna que entraba en el templo por el estrecho ajimez del muro de la capilla mayor, vi una mujer arrodillada junto al altar.

Los oficiales se miraron entre sí con expresión entre asombrada e incrédula; el capitán, sin atender al efecto que su narración producía continuó de este modo:
- No podéis figuraros nada semejante a aquella nocturna y fantástica visión que se dibujaba confusamente en la penumbra de la capilla, como esas vírgenes pintadas en los vidrios de colores que habréis visto alguna vez destacarse a lo lejos, blancas y luminosas, sobre el oscuro fondo de las catedrales.
Su rostro, ovalado, en donde se veía impreso el sello de una leve y espiritual demacración; sus armoniosas facciones llenas de una suave y melancólica dulzura; su intensa palidez, las purísimas líneas de su contorno esbelto, su ademán reposado y noble, su traje blanco y flotante, me traían a la memoria esas mujeres que yo soñaba cuando era casi un niño. ¡Castañas y celestes imágenes, quimérico objeto del vago amor de la adolescencia! Yo me creía juguete de una adulación, y sin quitarle un punto los ojos ni aun osaba respirar, temiendo que un soplo desvaneciese el encanto. Ella permanecía inmóvil.

Antojábaseme al verla tan diáfana y luminosa que no era una criatura terrenal, sino un espíritu que, revistiendo por un instante la forma humana, había descendido en el rayo de la luna, dejando en el aire y en por de si la azulada estela que desde el alto ajimez bajaba verticalmente hasta el pie del opuesto muro, rompiéndose la oscura sombra de aquel recinto lóbrego y misterioso.
- Pero... exclamó interrumpiéndole su camarada de colegio, que comenzando por echar a broma la historia, había concluido interesándose con su relato.
¿Cómo estaba allí aquella mujer? ¿No le dijiste nada? ¿No te explicó su presencia en aquel sitio?
- No me determiné a hablarle, porque estaba seguro de que no había de constestarme, ni verme, ni oírme.
- ¿Era sorda?, ¿era ciega?, ¿era muda? - exclamaron a un tiempo tres o cuatro de los que escuchaban la relación.
- Lo era todo a la vez, exclamó al fin el capitán después de un momento de pausa, porque era... de mármol.

Al oír el estupendo desenlace de tan extraña aventura cuando había en el corro prorrumpieron a una ruidosa carcajada, mientras uno de ellos dijo al narrador de la peregrina historia, que era el única que permanecía callado y en una grave actitud:
- ¡Acabáramos de una vez! Lo que es de ese género, tengo yo más de un millar, un verdadero serrallo, en San Juan de los Reyes; serrallo que desde ahora pongo a vuestra disposición, ya que a lo que parece, tanto os da de una mujer de carne como de piedra.
- ¡Oh no!, continuó el capitán, sin alterarse en lo más mínimo por las carcajadas de sus compañeros: estoy seguro de que no pueden ser como la mía. La mía es una verdadera dama castellana que por un milagro de la escultura parece que no la han enterrado en un sepulcro, sino que aún permanece en cuerpo y alma de hinojos sobre la losa que la cubre, inmóvil, con las manos juntas en ademán suplicante, sumergida en un éxtasis de místico amor.

- De tal modo te explicas, que acabarás por probarnos la verosimilitud de la fábula de Galatea.
- Por mi parte, puedo deciros que siempre la creí una locura, mas desde anoche comienzo a comprender la pasión del escultor griego.
- Dadas las especiales condiciones de tu nueva dama, creo que no tendrás inconveniente en presentarnos a ella. De mí sé decir que ya no vivo hasta ver esa maravilla. Pero... ¿qué diantre te pasa?... diríase que esquivas la presentación, ¡ja, ja! bonito fuera que ya te tuviéramos hasta celoso.
- Celoso - se apresuró a decir el capitán- , celoso de los hombres, no... mas ved, sin embargo, hasta dónde llega mi extravagancia. Junto a la imagen de esa mujer, también de mármol, grave y al parecer con vida como ella, hay un guerrero..., su marido sin duda... Pues bien lo voy a decir todo, aunque os moféis de mi necedad... si no hubiera temido que me tratasen de loco, creo que ya lo habría hecho cien veces pedazos.

Una nueva y aún más ruidosa carcajada de los oficiales saludó esta original revelación del estrambótico enamorado de la dama de piedra.
- Nada, nada, es preciso que la veamos - decían los unos.
- Sí, sí, es preciso saber si el objeto corresponde a tan alta pasión - añadían los otros.
- ¿Cuándo nos reuniremos para echar un trago en la iglesias en que os alojáis?, exclamaron los demás.
- Cuando mejor os parezca, esta misma noche si queréis - respondió el joven capitán, recobrando su habitual sonrisa, disipada un instante por aquel relámpago de celos.

A propósito, con los bagajes he traído hasta un par de docenas de botellas de champagne, verdadero champagne, restos de un regalo hecho a nuestro general de brigada, que, como sabéis, es algo pariente.
- ¡Bravo, bravo! - exclamaron los oficiales a una voz prorrumpiendo en alegres exclamaciones.
- ¡Se beberá vino del país!
- ¡Y cantaremos una canción de Ronsard!
- Y hablaremos de mujeres, a propósito de la dama del anfitrión.
- Conque... hasta la noche.
- Hasta la noche.


(Continuará)
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MARTES 13...
Posted:Nov 13, 2007 3:26 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:28 pm
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Hoy, martes 13, es un día de mal agüero para los supersticiosos en la tradición latina, cuyas raíces se pierden en el tiempo, hasta el punto de que quienes se dejan llevar por esta creencia desconocen su verdadero origen.

La superstición relacionada con el trece se le ha dado el nombre científico de "triscaidecafobia", que proviene de la palabra griega "triscaideca", que significa trece, y de "phobos", miedo.

Sobre la expansión de la superstición de la supuesta mala suerte del 13 existen varias teorías: la primera, que se propagó desde Escandinavia hacia el sur de Europa y, posteriormente, a América por los conquistadores españoles. La segunda, que surgió con la eliminación de la Orden de los Templarios, el 13 de octubre de 1307, y la tercera, que se expandió desde Estados Unidos a principios del siglo XX.

Una de las primeras referencias al trece y su mal augurio se encuentra en la mitología nórdica en la era precristiana, señala el historiador Donald Dossey en "Holiday Folklore, Phobias and Fun". Ésta narra la historia de un banquete en el Valhalla al que fueron convocados doce dioses. Loki, el espíritu de la pelea y el mal, llegó sin invitación, por lo que el número de presentes fue trece. En la lucha por expulsar a Loki, Balder -el favorito de las deidades- falleció.

En la fe cristiana la principal influencia se sustenta en que a la Última Cena de Jesucristo asistieron en total trece personas: Jesús y sus doce apóstoles, incluido Judas Iscariote, que le traicionó.

En otras tradiciones, como la Cábala, el Tarot, el Antiguo Egipto, la Antigua Grecia o las creencias mayas y babilónicas, el trece siempre ha estado presente.

El trece en la religión judía es una cifra positiva- el año bisiesto hebreo se compone de trece meses, Jacob en hebreo se escribe con trece letras o trece fueron los cuernos usados en los templos hebreos para llamar a la comunidad.

Este año, el 13 de septiembre, coincidió con el comienzo del Año Nuevo judío 5768 (Rosh Hashaná) y el mes sagrado de Ramadán del año 1428 de la Hégira, cuyos calendarios distintos- el islámico es lunar y el hebreo, lunisolar.

En matemáticas, para el principal teórico sobre la proporción áurea, Fibonacci, el trece es un número de su serie áurea. Y por el contrario, los herméticos de la escuela de Pitágoras consideraron el trece como "la falta de mezcla, por la simplicidad de lo inefable".

La cuestión sobre el martes 13 o el viernes 13 está determinada por la tradición. Así, la anglosajona se aferra al viernes y la latina al martes, aunque existen supersticiosos que consideran ambas fechas nefastas.

Los refranes en español que hacen referencia al martes 13 numerosos, el más popular es el que reza- "En 13, y martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu familia te apartes".

Las supersticiones con respecto al trece no tienen límite. Desde las viviendas, en las que se omite el trece en los portales (como en Florencia) o pisos y ascensores de edificios hasta en hoteles, en los que se ha llegado a crear el piso duodécimo A.

En el transporte público en Madrid no existe la línea trece de autobús y en Buenos Aires ningún tranvía con el trece circuló hasta 1913. También el trece falta en los asientos de los aviones y en las puertas de embarque de los aeropuertos.

En los circuitos europeos de Fórmula Uno no hay pits o boxes con el número trece, se pasa del doce al catorce. Y las competiciones no se celebran el día 13.

Entre otras curiosidades, en España, el número trece del Documento Nacional de Identidad no se ha asignado a nadie. Y en Francia, se crearon los “quatorziennes”, que asistían a cenas de nobles y eventos sociales como invitado decimocuarto, según el estudioso Dossey.

Jürgen Brater, en su libro “Números curiosos”, indica que el Gran Sello de Estados Unidos, símbolo nacional creado en 1782 y representado en el billete de un dólar, recoge la importancia del trece, que fue el número de estados fundadores de esta nación, un dato contradictorio teniendo en cuenta los millones de triscaidecafóbicos estadounidenses que existen.

Redacción Internacional
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BECQUER - EL BESO (1 de 3)
Posted:Nov 12, 2007 8:21 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:32 pm
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El Beso
Gustavo Adolfo Bécquer
“Leyendas”

Leyenda toledana

I
Cuando una parte del ejército francés se apoderó a principios de este siglo de la histórica Toledo, sus jefes, que ignoraban el peligro a que se exponían en las poblaciones españolas diseminándose en alojamientos separados, comenzaron por habilitar para cuarteles los más grandes y mejores edificios de la ciudad.

Después de ocupado el suntuoso alcázar de Carlos V, echóse mano de la Casa de Consejos: y cuando ésta no pudo contener más gente, comenzaron a invadir el asilo de las comunidades religiosas, acabando a la postre por transformar en cuadras hasta las iglesias consagradas al culto. En esta conformidad se encontraban las cosas en la población donde tuvo lugar el suceso que voy a referir, cuando una noche, ya a hora bastante avanzada, envueltos en sus oscuros capotes de guerra y ensordeciendo las estrechas y solitarias calles que conducen desde la Puerta del Sol de Zocodover, con el choque de sus armas y el ruidoso golpear de los cascos de sus corceles, que sacaban chispas de los pedernales, entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos altos, arrogantes y fornidos de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas.

Mandaba la fuerza un oficial bastante joven, el cual iba como a distancia de unos treinta pasos de su gente, hablando a media voz con otro, también militar, a lo que podía colegirse por su traje. Éste, que caminaba a pie delante de su interlocutor, llevando en la mano un farolillo, parecía servirle de guía por entre aquel laberinto de calles oscuras, enmarañadas y revueltas.

- Con verdad - decía el jinete a su acompañante- , que si el alojamiento que se nos prepara es tal y como me lo pintas, casi sería preferible arrancharnos en el campo o en medio de una plaza.

- ¿Y qué queréis mi capitán? - contestóle el guía que efectivamente era un sargento aposentador- . En el alcázar no cabe ya un gramo de trigo, cuando más un hombre; San Juan de los Reyes no digamos, porque hay celda de fraile en la que duermen quince húsares. el convento adonde voy a conduciros no era mal local, pero hará cosa de tres o cuatro días nos cayó aquí como de las nubes una de las columnas volantes que recorren la provincia, y gracias que hemos podido conseguir que se amontonen por los claustros y dejen libre la iglesia.

En fin -exclamó el oficial-, después de un corto silencio y como resignándose con el extraño alojamiento que la casualidad le deparaba; más vale incómodo que ninguno. De todas maneras, si llueve, que no será difícil según se agrupan las nubes, estaremos a cubierto y algo es algo.

Interrumpida la conversación en este punto, los jinetes, precedidos del guía, siguieron en silencio el camino adelante hasta llegar a una plazuela, en cuyo fondo se destacaba la negra silueta del convento con su torre morisca, su campanario de espadaña, su cúpula ojival y sus tejados desiguales y oscuros.

He aquí vuestro alojamiento, exclamó el aposentador al divisarle y dirigiéndose al capitán, que después que hubo mandado hacer algo a la tropa, echó pie a tierra, tornó al farolillo de manos del guía y se dirigió hacia el punto que éste le señalaba.

Comoquiera que la iglesia del convento estaba completamente desmantelada, los soldados que ocupaban el resto del edificio habían creído que las puertas le eran ya poco menos que inútiles, y un tablero hoy, otro mañana, habían ido arrancándolas pedazo a pedazo para hacer hogueras con que calentarse por las noches.

Nuestro joven oficial no tuvo, pues, que torcer llaves ni descorrer cerrojos para penetrar en el interior del templo. A la luz del farolillo, cuya dudosa claridad se perdía entre las espesas sombras de las naves y dibujaba con gigantescas proporciones sobre el muro la fantástica sombra del sargento aposentador, que iba precediéndole, recorrió la iglesia de arriba abajo, y escudriñó una por una todas sus desiertas capillas, hasta que una vez hecho cargo del local mandó echar pie a tierra a su gente, y hombres y caballos revueltos, fue acomodándola como mejor pudo.

Según dejamos dicho, la iglesia estaba completamente desmantelada; en el altar mayor pendían aún de las altas cornisas los rotos jirones del velo con que le habían cubierto los religiosos al abandonar aquel recinto; diseminados por las naves veíanse algunos retablos adosados al muro, sin imágenes en las hornacinas; en el coro se dibujaban con un ribete de luz los extraños perfiles de la oscura sillería de alerce; en el pavimento, destrozado en varios puntos, distinguíanse aún anchas losas sepulcrales llenas de timbres, escudos y largas inscripciones góticas; y allá a lo lejos, en el fondo de las silenciosas capillas y a lo largo del crucero, se destacaban confusamente entre la oscuridad, semejantes a blancos e inmóviles fantasmas, las estatuas de piedra, que, unas tendidas, otras de hinojos sobre el mármol de sus tumbas, parecían ser los únicos habitantes del ruinoso edificio.

A cualquier otro menos molido que el oficial de dragones, el cual traía una jornada de catorce leguas en el cuerpo, o menos acostumbrado a ver estos sacrilegios como la cosa más natural del mundo, hubiéranle bastado dos adarmes de imaginación para no pegar los ojos en toda la noche en aquel oscuro e imponente recinto, donde las blasfemias de los soldados que se quejaban en voz alta del improvisado cuartel, el metálico golpe de las espuelas, que resonaban sobre las anchas losas sepulcrales del pavimento, el ruido de los caballos que piafaban impacientes, cabeceando y haciendo sonar las cadenas con que estaban sujetos a los pilares, formaban un rumor extraño y temeroso que se dilataba por todo el ámbito de la iglesia y se reproducía cada vez más confuso, repetido de eco en eco en sus altas bóvedas.

Pero nuestro héroe, aunque joven, estaba ya tan familiarizado con estas peripecias de la vida de campaña, que apenas hubo acomodado a su gente, mandó colocar un saco de forraje al pie de la grada del presbiterio, y arrebujándose como mejor pudo en su capote y echando la cabeza en el escalón, a los cinco minutos roncaba con más tranquilidad que el mismo rey José en su palacio de Madrid.

Los soldados, haciéndose almohadas de las monturas, imitaron su ejemplo, y poco a poco fue apagándose el murmullo de sus voces. A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraba por las rotas vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros, y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba envuelto en los anchos pliegues de su capote, a lo largo del pórtico.


(Continuará)
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ESFUERZATE POR SER FELIZ...
Posted:Nov 10, 2007 8:24 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:36 pm
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Ve placidamente entre el ruido y la prisa, recordando cuánta paz puede haber en el silencio.
Hasta es posible, sin claudicar, llevarse bien con todas las personas.
Di tu verdad tranquila y claramente.
Escucha a los demás, aun a los tediosos e ignorantes; ellos también tienen su historia.
Evita a los violentos y groseros que irritan el espíritu.
Si te comparas con otros puedes volverte amargado y vanidoso, porque siempre habrá alguien más grande o más pequeño que tú.
Disfruta tus logros tanto como tus planes.
Mantente interesado en tu carrera, aunque sea humilde, ella es una real posesión en la cambiante fortuna del tiempo.
Cuida tus asuntos de negocios porque el mundo está lleno de trampas, pero que ello no te impida ver que hay virtudes: muchas personas se esfuerzan por grandes ideales, y en todas partes la vida esta llena de heroísmo.
Sé tu mismo. Especialmente no finjas afecto ni seas cínico en el amor, porque frente a la desolación y el desencanto el amor es perenne como la hierba.
Toma amablemente el consejo de los años, renunciando gentilmente a las cosas de la juventud.
Fortalece tu espíritu para súbitas desgracias, pero no te aflijas con cosas imaginarias; muchos miedos nacen del cansancio y la soledad.
Más allá de una saludable disciplina sé gentil contigo: eres un hijo del universo, ni más ni menos que un árbol o una estrella, tienes derecho a estar aquí.
Sin duda el universo se desarrolla como debe, aunque el hecho no sea claro para ti. Por tanto, está en paz con tu alma.
A pesar de falsedades, sueños rotos y trabajos duros aún es un bello mundo.


Cuídate... Esfuérzate por ser feliz!!

Encontrado en la vieja Iglesia de Saint Paul
Baltimore, EEUU - Data de 1692
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A QUIN LE IMPORTA...
Posted:Nov 7, 2007 3:27 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:38 pm
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Qué tanto que sea tu amante
Qué tanto que anhele la muerte
Esa que hace florecer,
Que anida en mi garganta desde que recuerdo
Qué tanto que muera el grano de trigo
Qué tanto que quiera verte un domingo
Qué tanto si duermo contigo
Qué tanto si tu pecho se hace sábana y sonido
En mis manos que leen tu cuerpo
Qué tanto que quiera a veces morirme
Qué tanto si me vuelvo triste?

A quién le importa nada
Si lo único que quiero es ahogarme contigo
A quién le preocupa mi cuerpo?
A quién debe importarle
Si no sólo a ti, amor mío
La muerte y la vida conviven conmigo
La vida y la muerte, la luz y la sombra,
El calor y el frío conviven apretados
En el leño que arde distante y presente
A quién ha de importarle si vivo, si muero
Camino contigo, amante, compañero y amigo
Hermano de mis horas, poeta de mis versos

Qué importa que seamos amantes?
Acaso la luna está triste,
Acaso no canta el grillo?
Me gusta arroparte,
Leerte desnuda poemas desconocidos
Recoger tu mirada en mi vientre desnudo
No dormir por las noches
Y morir de madrugada... sólo contigo.


Patricia Lara Arriagada
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SI DIOS FUERA UNA MUJER
Posted:Nov 3, 2007 11:15 pm
Last Updated:May 15, 2008 6:39 pm
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¿Y si Dios fuera una mujer?
-Juan Gelman-

¿Y si Dios fuera mujer?
pregunta Juan sin inmutarse.
Vaya, vaya, si Dios fuera mujer
es posible que agnósticos y ateos
no dijéramos no con la cabeza
y dijéramos sí con las entrañas.

Tal vez nos acercáramos
a su divina desnudez
para besar sus pies no de bronce,
su pubis no de piedra,
sus pechos no de mármol,
sus labios no de yeso.

Si Dios fuera mujer la abrazaríamos
para arrancarla de su lontananza
y no habría que jurar
"hasta que la muerte nos separe"
ya que sería inmortal por antonomasia,
y en vez de transmitirnos SIDA o pánico
nos contagiaría su inmortalidad.

Si Dios fuera mujer
no se instalaría lejana
en el reino de los cielos,
sino que nos aguardaría
en el zaguán del infierno,
con sus brazos no cerrados,
su rosa no de plástico
y su amor no de ángeles.

Ay Dios mío, Dios mío!
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida,
imposible, prodigiosa blasfemia!


Mario Benedetti
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